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JOSÉ PERDONA, Y LA CADENA SE ROMPE Primera Parte

07/30/16- Por Katalina Keith

—Mi heredero. El beduino contempla con asombro la criatura en sus brazos. Se inclina y besa su pequeña frente.
Tan fuerte emoción no había sentido al nacer los bebes de su otra esposa Lea, ni los de su concubina Bilhá; ni los de su concubina Zilpá tampoco. Para él, esas mujeres no eran sino para satisfacer sus deseos carnales. Ahora Jacob sonría al acordarse los momentos de intimidad con Raquel, la escogida, la amada.
No demora mucho tiempo antes de que sus otros diez hijos se den cuenta que éste nuevo hijo tiene un lugar especial en el corazón de su padre, lo que les causa cierta molestia. Al observar la preferencia y los detalles que tiene el padre con José, semillas de envidia encuentran buena tierra en los corazones de Simeón, Neftalí, Aser y de todos los demás.
—Tu ¿quién te crees?
—Tú no mandas aquí.
—Sí, lo hice ¿Y qué? ¿Vas a contarle a papá?
Era obvio. Palabras y actitudes, ambos gritaron: ¡José no te queremos!
El niño José tomaba represalias llevando quejas de ellos a su padre.
—Pa, ¿Sabe que hizo Judá? Esta tarde le pegó a una cabra.
—Papá, Gad me hizo zancadilla. ¿Por qué no lo regañas?
A medida que los muchachos crecían, las quejas infantiles se tornaban en fuertes reclamos que manifestaban el inconformismo, el odio y la amargura.


*** *** ***

El ambiente está tenso. El calor de medio día envuelve al grupo de beduinos que se encuentran de cuclillas en la escasa sombra de un árbol. Quejumbrosas, las ovejas en su alrededor, balan una y otra vez mientras los hijos de Jacob dan rienda suelta a su disgusto.
—¿Vieron el mocoso esta mañana?
—¡No puede ser!
—Eso sí es el colmo.
Esa mañana el anciano Jacob había llamado a su hijo y le había regalado una túnica. Es tal túnica la causa del disgusto que se desarrolla debajo del árbol a medio día.
—Oiga, Leví, ¿vio la túnica?
—¡Claro que sí! Ya no hay duda. Papá lo reconoce como el heredero.
—Pero yo soy el primogénito. Esa túnica es mi derecho.
Rubén escupe en la arena. ─¿Vieron las mangas?
—Y bien puntudas, —replica Simeón. —Espere y verá. Eso no se va a quedar así.
Airado, el hombre se para y empuña sus manos, mientras se echa un vistazo hacia las tiendas esperando alcanzar a ver a su hermano menor. Venganza corre en sus venas. De veras esa túnica era el derecho de su hermano mayor, Rubén.
Todo beduino sabe que la túnica que lleva mangas largas y puntudas es el regalo reservado para el heredero. Desde ese día las cosas entre los hijos de Jacob se empeoraban de tal manera que se dejan de hablar con José.
El odio aflora y ya ni siquiera lo saludan.
Una mañana José cuenta a sus hermanos de un sueño raro, en lo cual ellos le hicieron reverencia. Cuando unos días después les cuenta de otro sueño similar, el odio represado se explota. Aun su padre se molesta y lo reprende, luego queda pensativo, meditando el asunto. No cabe duda. José es diferente.


*** *** ***

Un día Jacob manda a José a visitar a sus hermanos quienes están apacentando sus rebaños en Siquém. Lo envía sin imaginar que ese es el día en que sus hijos tomarán represalias con este su hijo preferido.
Los hermanos de José alcanzan a verlo desde lejos, antes de que se acerque. Juntos traman un plan para matarlo.
—Ahí viene ese soñador. Ahora sí que le llegó la hora. Vamos a matarlo y echarlo en una de estas cisternas, y diremos que lo devoró un animal salvaje. ¡Y a ver en qué terminan sus sueños!
Rubén el mayor de todos escucha esto y no está de acuerdo. En un intento de librarlo de las garras de sus hermanos, les propone que no le maten sino que lo arrojen en una cisterna en el desierto.
Al acercarse José, como una manada de leones hambrientos, los hermanos se abalanzan sobre él. Uno le coge por detrás, otro le mete zancadilla mientras entre otros dos le arrancan la túnica especial de mangas largas y puntudas.
Con gruñidos y resoplidos, lo agarran y lo echan en una cisterna vacía y seca.
Satisfechos al llevar a cabo su plan malvado, se sientan a comer las delicias que su padre les ha enviado.
—Mocoso malcriado. Eso le servirá de lección.
—Niño mimado. Por fin salimos de él.
—¡Miren eso! Viene una caravana. Parecen ismaelitas.
De repente a Judá le llega una brillante idea. En seguida la propone a sus hermanos:
—¿Qué ganamos con matar a nuestro hermano y ocultar su muerte? En vez de eliminarlo, vendámoslo a los ismaelitas; al fin de cuentas, es nuestro propio hermano.
Los próximos momentos se tornan en una pesadilla para José. Desde el fondo de la cisterna siente la llegada de una ruidosa multitud. Gritos y risas burlescas se funden con el estruendo de camellos renegando contra todo el mundo. Mirando hacia arriba José ve las caras burlonas de sus hermanos y apenas alcanza a esquivar la soga que le tiran. Asustado, la agarra y es bruscamente jalado hacia arriba. Se desploma al suelo. Alguien le da una patada.
—Levántese idiota.
Mareado, el joven logra pararse y mira a su alrededor. Le da un vuelco el corazón. Tiene un presentimiento que algo muy terrible está por acontecer. De repente siente un líquido pegajoso en el hombro, da vuelta y llega cara a cara con un camello. El aliento le da nauseas, mientras la saliva en el hombro le da asco. Toma un paso atrás y agacha la cabeza.
No puede creer lo que está escuchando. Queda inmóvil, asombrado e incrédulo, mientras negocian su propia vida. Después de un acalorado intercambio de palabras, entre sus hermanos y los mercaderes madianitas, cierran el acuerdo con veinte monedas de plata.
Herido, traicionado, vendido. Los hermanos de José ni siquiera le voltean a mirar mientras un ismaelita le amarra las manos y le empuja hacia la caravana. El camello le mira con malicia y le vuele a escupir.


*** *** ***

Luego de una humillante experiencia en el mercado de los esclavos, José se encuentra en el palacio del faraón.
Pasan los años en los cuales José vive experiencias supremamente amargas. Hubiera sido muy fácil dejarse contaminar por aquellas vivencias, entre ellos, años en la cárcel por una mentira de la esposa de su amo.
Allí sentado entre los presos del rey, se enfrenta con una decisión transcendental: dejarse amargar o vivir en la presencia de Dios. Sí, Dios estaba con él, igual que había estado con su tío abuelo, Ismael. La decisión marcaría su futuro. Ver la misericordia de Dios a pesar de sus circunstancias o llenarse de odio y venganza por los que le habían juzgado injustamente.
José cierra sus ojos y suspira profundamente. La decisión está tomada. Inmediatamente su espíritu se libera de la cárcel de la amargura. Elige reconocer la presencia de Dios en su vida. Abre sus ojos y no ve las paredes; ve una oportunidad de experimentar la verdadera libertad, la dulce presencia de Dios. Sonríe al preso que está a su lado, luego se dirige al jefe de la cárcel.
—Jefe, ¿en qué le puedo servir?
Hace todo lo mejor que puede. Siempre camina la segunda milla, y así destacado por responsable, honesto, y amable, encuentra gracia en los ojos del jefe. Pronto José llega a ser su mano derecha y con el tiempo éste le suelta toda la responsabilidad de los presos a él.
La experiencia en la cárcel se extiende. Olvidado por un compañero cuando éste es liberado de modo inesperado, el preso inocente hubiera podido llenarse de odio, pero ya ha tomado la decisión de vivir libre; en el corazón de José no se encuentra rencor.
Dos largos años después, se acuerdan de José por la simple necesidad de un intérprete de sueños. José, librado y restaurado llega a ser gobernador de Egipto en un periodo de tiempo cuando el buen manejo de recursos es transcendental. 

Continuará


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