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NO MÁS QUE UN ÁRBOL SECO

05/06/13- Por Katalina Keith


En un esfuerzo de esconder sus sentimientos, el adolescente aprieta sus dientes y empuña sus manos mientras cojea a lo largo del patio. 

Es por su propio bien. 

Las palabras de su madre le martillan dentro de su cabeza doliente.

Sin anestesia y en sangre fría su identidad masculina se acababa de desaparecer con un cruel cuchillazo.

Le vienen náuseas. Se dobla y se agarra a su estómago.

Detrás de una cortina se escucha las risitas de unas niñas. El muchacho se endereza para disimular su dolor y sigue cojeando a su alojamiento.

Su posición lo requiere. 

Se acuerda de la cara de burla del oficial durante la entrevista.

Había sido tan tentadora: una posición social, una garantía económica.
Y luego una realidad devastadora: castración.

Enceguecido por el dolor enloquecedor el joven casi se atropella con las raíces nudosas de un árbol. Se para, se reclina contra el tronco áspero y mira hacia arriba a las ramas secas. Parecía que estas se estiraran hacia él, burlándose de él. Están sin hojas, sin fruto.

¿Quién soy yo? ¿Qué soy yo? Lucha con su nueva identidad: un eunuco.
Se encharcan los ojos. Deja escapar un gemido.
Así soy yo. No soy más que un árbol seco.

*** *** ***

Los días se volvieron semanas y su herida se volvió una cicatriz. El tiempo borró los recuerdos humillantes. Todos menos uno. 

Las palabras crujieron como ramitas tostadas por el sol. No soy más que un árbol seco.

Vestidos elegantes cubrieron su vergüenza. Oro adornaba su cuello y sonaba en sus bolsillos, pero en el fondo de su corazón el eunuco sabía y creía que él era un ciudadano de segunda clase. Lo apreciaban por lo que hacía, no por lo que era.

El trabajo le exigía mucho, y se requería toda su atención. Llegó el día en que la Reina Candace le nombró tesorero de Etiopía.

*** *** ***

El dignitario africano se paró en un lugar aparte y observaba las multitudes entrar en el Templo. Él también había llegado a Jerusalén para adorar, pero las leyes judías le ponían una restricción. Las palabras de una ley en particular punzaron su alma mientras las repetían en voz baja: 

“Ninguno que haya sido castrado o que tenga cortado su miembro viril entrará en la asamblea del Señor.” 1

La ira, el resentimiento y la impotencia daban empujones para conseguir el primer lugar en su mente. Preguntas terribles llenaron su cabeza: ¿Excluido, aun por Dios? ¿Era negado el privilegio de adorar con su pueblo? ¿Cortado? ¿Dios le había cortado? Pues él no tenía descendientes y cuando muriera nadie se acordaría de su nombre. 
Un marginado social, condenado al ostracismo, sintió las miradas de los muchos ojos hostiles. Agachó la cabeza, aceptando la triste realidad: era un extranjero, un eunuco, un árbol seco. ¿Por qué había venido a ese lugar?

*** *** ***

El tesorero se acomodó en su carroza y alcanzó el pergamino. El viaje de Jerusalén de vuelto a Etiopía era aburridor y leer en voz alta le ayudaría a pasar el tiempo. 

“Como cordero, fue llevado al matadero; como oveja, enmudeció ante su trasquilador; y ni siquiera abrió su boca.” 2

El tesorero rasgó la cabeza. ¿A quién se refería esto?
“Después de aprehenderlo y juzgarlo, le dieron muerte; nadie se preocupó por su descendencia. Fue arrancado de la tierra de los vivientes…” 3
¿Cortado? ¿Sin descendientes? ¿De quién hablaba el profeta?
De repente estaba consciente que alguien caminaba al lado de la carroza.
─Tan raro ─se dijo─. No había nadie allí hace un minuto.
─¿Acaso entiende usted lo que está leyendo?
El tesorero frunció el ceño.
─¿Y cómo voy a entenderlo ─contestó─ si nadie me lo explica? Suba a sentarse conmigo.
El africano extendió su mano y dio la bienvenido al extraño que se presentó como Felipe.
─Dígame usted, por favor, ¿de quién habla aquí el profeta, de sí mismo o de algún otro?
Ansioso, el eunuco esperó la respuesta.
Felipe tomó el pergamino y empezó a explicar los escritos de la profecía de Isaías.
El eunuco se inclinó hacia adelante para poder absorber cada palabra. El mensaje de Jesús tocó su espíritu marchito. Despreciado, rechazado, juzgado, humillado, arrancado. ¡Cuánto se identificó con Jesús!
“Después de su sufrimiento, verá la luz y quedará satisfecho.” 4
La luz de Vida empezó a filtrar el terreno seco y estéril del alma del oyente. Suspiró profundamente. No podía acordar haber sentido una plena satisfacción en toda su vida.
“Cargó con el pecado de muchos, e intercedió por los pecadores.” 5
Confrontado, el eunuco agachó la cabeza.
Mientras la carroza siguió el camino, el eunuco escuchaba el mensaje y lo creía. En una manera curiosa se sintió revitalizado emocionalmente, espiritualmente y sí, también físicamente, casi como si una sábila cálida estuviera corriendo por sus venas.

Mientras iban por el camino llegaron a un lugar donde había agua.

 ─Mire usted, aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?

El eunuco retuvo la respiración. ¿Habría un obstáculo? ¿Le negarían este deseo debido a su situación sexual? ¿Escucharía otro NO?

─Si cree usted de todo corazón, bien puede.

 ─Yo creo que Jesucristo es el hijo de Dios. El eunuco contestó con confianza e inmediatamente mandó a parar la carroza.

Bajó, y Felipe le siguió. Los dos entraron al agua.
Mientras el agua le bañaba, el eunuco cerró los ojos. … Cuando los abrió Felipe no estaba por ninguna parte.
Un poco desconcertado, volvió a subir la carroza y alcanzó el pergamino. Tenía una sed insaciable para seguir la lectura de la profecía de Isaías.

*** *** ***

“El extranjero que por su propia voluntad se ha unido al Señor, no debe decir: ‘El Señor me excluirá de su pueblo’. Tampoco debe decir el eunuco “No soy más que un árbol seco.” 6

¡No puede ser!

Leyó una y otra vez la última frase: Tampoco debe decir el eunuco “No soy más que un árbol seco”.

Una escena apareció ante sus ojos. Se vio a sí mismo, un adolescente mutilado, humillado. Se volvió a sentir la agonía física, la tormenta emocional; pensó en el significado espiritual y luego escuchó el refrán burlesco: Un árbol seco. Pero sería la última vez que lo escucharía. 
Tragó saliva y continuó con la lectura.
“Porque así dice el Señor: A los eunucos que observen mis sábados, que elijan lo que me agrada, y sean fieles a mi pacto, les concederé ver grabado su nombre dentro de mi templo y de mi ciudad; ¡eso será mejor que tener hijos e hijas! También les daré un nombre eterno que jamás será borrado”. 7
Parpadeó fuertemente para que sus lágrimas no se cayeran.
Se le presentó otra escena: un hombre fuera del templo con la cabeza agachada como señal de aceptación de su estado vergonzoso ─ un extranjero, un eunuco.
Secó sus ojos y siguió leyendo:
“Y a los extranjeros que se han unido al Señor para servirle, para amar el nombre del Señor, y adorarlo, a todos los que observan el sábado sin profanarlo y se mantienen firmes en mi pacto, los llevaré a mi monte santo; ¡los llenaré de alegría en mi casa de oración! Aceptaré los holocaustos y sacrificios…” 8
Con su dedo el eunuco subrayó las frases vitales y las volvió a leer en voz alta: extranjeros… los llevaré a mi monte santo… ¡los llenaré de alegría en mi casa de oración! Aceptaré…
¿Aceptaré?
Él, ¿aceptado? Sí, aceptado.
El tesorero de Etiopía se reclinó sobre los cojines del asiento, cerró sus ojos y sonrió.

Referencias Bíblicas: 1 Dt 23:1 2-5 Isaías 53 6-8 Isaías 56






 


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