¡Retumban trescientos jarras!
¡Suenan trescientos trompetas!
El sonido invoca terror en los corazones de los Madianitas abajo en el valle mientras los corazones de los israelitas se estremecen de emoción. Gritan como un solo hombre: ¡La espada de Jehová y de Gedeón!
Gedeón se acuerda del día que fue comisionado. Las palabras todavía suenan en su mente: “El Señor esta contigo guerrero valiente.”
Este es Gedeón, el héroe que aprendimos a admirar en la escuela dominical.
Lo conocimos primero cuando recibe una visita de Dios mismo quien le nombra “guerrero valiente”, le asegura de su misma presencia y luego le comisiona para salvar a Israel. Este es Jero-baal quien destruye el altar de Baal con valentía, y quien trabaja en compañía con Dios en la selección de soldados para su ejército. Este es Gedeón quien gana una guerra con un grito.
Todo el mundo hablaba de Gedeón. Unos le alababan, otros le censuraron pero no importa lo que dijeron de él, su nombre llegó a ser muy conocido. Los ciudadanos de Ofra elevaron su nombre como un trofeo de oro. Los setenta y siete jefes y ancianos de Sucot le maldijeron mientras sus esposas echaron aceite en las espaldas laceradas de ellos. Las viudas de Peniel susurraron su nombre a sus niños ya huérfanos de padre. Los Israelitas lo adularon abiertamente: “Gobierne sobre nosotros,” le rogaron.
Gedeón era famoso. Como guerrero, su conducta fue intachable. Si viviera hoy sería reconocido come un personaje distinguido. El mundo evangélico lo llamaría “un hombre de Dios”.
Gedeón ¿Porqué lo hizo?
Solamente podemos especular mientras leemos los eventos trágicos que se llevaron a cabo después de las crónicas de su carrera militar tan espectacular. Gedeón, su imagen como héroe esta totalmente arruinado, manchado y sin arreglo.
¿Cuando ocurrió ese desvío tan sutil?
Con sus labios él rehúsa la oferta del reinado pero enseguida pide el botín de un rey.
¿Sería que el tintineo de centenares de aretes de oro cayendo encima de la tela extendida agitó el corazón de Gedeón? ¿Sería que el destello de esos centenares de aretes de oro cegó sus ojos al rayo de avaricio que penetró su corazón en ese instante?
El versículo 27 de Jueces capítulo 8 pinta un cuadro oscuro de este hombre y el oro que acababa de conseguir. “Con el oro Gedeón hizo un efod.”
Un efod era parte del vestimento del sacerdote mientras él ministraba en la presencia del Señor. Pero este efod nunca sería usado para ese propósito.
¿Podría un “hombre de Dios” desviar nuestros ojos de Dios?
“Todo Israel se prostituyó al adorar allí el efod.”
El efod hecho por Gedeón llegó a ser el enfoque de su adoración. Sus ojos se desviaron del invisible a lo visible.
Esto fue Idolatría flagrante, aunque tan sutil. ¡Que destrucción tan devastadora! Las consecuencias destrozas hicieron estragos en las vidas de sus hijos, en las vidas de sus nietos y en todas las siguientes generaciones.
Aquí me detengo y me hago unas preguntas.
¿En que están puestos los ojos de mi corazón?
¿Podría mi énfasis en una doctrina en particular quitar mis ojos del Señor mismo?
¿Permito yo que una “enseñanza ungida” reemplace mi relación personal con El Ungido?
¿Cuales verdades me engañan para creer que son más importantes que la Verdad?
¿Adoro la “adoración”?
¿Podría ser que la manera en que yo hago las cosas es mas importante que el porqué o el para qué?
¿Podría un “hombre de Dios” desviar mis ojos de Dios? ¿Cambiar mi enfoque desde el invisible hacia lo visible?
Señor, alzo mis ojos y te miro a ti. La doctrina toma su lugar cuando tengo una relación estrecha contigo. Tú el Ungido eres mi maestro personal. Las verdades humanas se vuelvan insignificantes cuando te creo a ti; lo que tu dices de mí es lo que vale. Enséñame lo que significa adorarte veinte cuatro horas del día. Cambia mi enfoque desde el visible hacia a ti el Invisible. TENGA SEÑOR LA PREEMINENCIA EN TODO. EN TI VIVO, ME MUEVO, Y SOY.