─Esta noche es la captura. Un seguidor del hombre les indicará en donde.
Malco recibe la orden de su amo en silencio. Se acaba de convertir en un inocente peón del complot más cobarde de la historia.
Llega la noche y se reúnen una compañía de soldados, varios alguaciles y con ellos, el siervo del sumo sacerdote, Malco. Este mira a su alrededor y nota que unos de sus compañeros tienen armas, otros cargan linternas y varios llevan antorchas.
De repente afanoso llega un hombre y les hace señas.
El grupo se apresura por seguirle por un camino oscuro donde pasa el arroyo de Cedrón. Allí entra a un huerto. Las ramas de los arboles rozan las caras de los integrantes de la banda. Ellos se adelantan, alzan las antorchas, alistan las armas. Malco desde atrás se empina curioso para ver al personaje de que tanto ha escuchado. Se asombra de verlo salir de la oscuridad y presentarse delante del grupo con una pregunta.
─ ¿A quién buscan?
─A Jesús de Nazaret ─gritan varios de la banda.
─Yo soy.
Al escuchar esta afirmación un temor se apodera de los hombres, se dan un paso atrás y se desploman. En la confusión de empujones y patadas con dificultad se ponen en pie. Ahora Malco se encuentra al pie de Jesús quien vuelve a preguntarles:
─ ¿A quién buscan?
La respuesta se repite.
─A Jesús de Nazaret.
Malco retiene la respiración, se fija en el rostro del hombre.
─Ya les dije que yo soy.
Los próximos momentos se tornan en confusión. Unos lanzan gritos, otros maldicen. De repente Malco y uno de los seguidores de Jesús son los protagonistas de esta escena caótica.
A la luz de las antorchas el destello de una espada toma a Malco por sorpresa. Aturdido, voltea la cabeza. La espada cae sobre su oreja derecha. Malco manda la mano y siente la sangre que corre por su mejilla.
Parece el tiempo detenerse. Por un breve momento todos se callan. Jesús extiende su mano y toca la oreja de Malco. En ese instante sus miradas se cruzan.
El siervo del sumo sacerdote palpa su oreja con cautela. La encuentra completamente sana.
*** *** ***
Corre la noticia.
─Hirieron el siervo del sumo sacerdote.
─Le mocharon la oreja. ¿Sabe quién lo hizo?
Una mujer interrumpe la conversación.
─No le creo. Vi a Malco esta mañana y tiene las dos orejas intactas.
Un joven se une al grupo de chismosos.
─ ¡Yo sé quien fue! Uno de esos que andaba con ese Jesús.
─ ¿Cómo así? ¿Quiere decir que le hirió un seguidor del Maestro de Galileo?
El murmullo crece como una ola del mar.
Hirieron a Malco. Lo hizo un seguidor de Jesús. Le cortaron la oreja.
Llega corriendo un adolescente. Intenta interrumpir el cuchicheo.
─ ¡Tengo las últimas! ¡Increíble!
Habla con la respiración entre cortada.
─ ¡Malco está sano! Pasó así… Jesús extendió la mano… tocó su oreja y como le dije… Malco está sano. Es más…yo lo vi esta mañana.
Con esta información el ambiente cambia. Los comentarios negativos se acaban.
El muchacho se aparta para difundir la buena noticia.
¡Jesús sanó a Malco!
La buena noticia es para nosotros también: Jesús sana las heridas, toda clase de heridas… incluyendo las heridas emocionales… y sí, también una herida como la de Malco, infligido por un seguidor de Jesucristo.