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ISMAEL Capitulo 1

01/14/14- Por Katalina Keith

─ ¡Un ángel me habló! ¡Me habló a mí, una mujer egipcia, una mera esclava!

Agar, agotada, se desplomó al lado del camino. Había mucho en que pensar  y  necesitaba tiempo para recuperarse. Acababa de tener un encuentro con un ángel y esto le había revolcado todo. Sí ¡Un ángel le había hablado! No lo podía creer. Allí sentada en la arena la mujer volvió sus pensamientos al pasado.

Su relación con Abram había sido por conveniencia, de eso estaba segura.  Él necesitaba un heredero. Las palabras de Saray a su esposo estaban grabadas en su memoria  ‘Ve y acuéstate con mi esclava Agar. Tal vez por medio de ella tendré hijos.’  Agar se estremeció y puso una mano en su vientre. ¿Su bebé?  O ¿era el bebé de Saray su dueña? pues no estaba segura. Se sintió usada no amada. Engañada no apreciada. Desde el día en que se dio cuenta que estaba embarazada las cosas habían empezado a deteriorarse, ya que se sentía un desprecio por su dueña. Sentimientos confusos se habían entrelazado dentro de su corazón lastimado: ira, odio, baja autoestima, resentimiento, rebeldía, amargura y sin ella darse cuenta todo ya se había sido transferido a su bebé.

Ahora Agar trató de recordar todo lo que el ángel le había hablado.

 El bebé, lo tenía que llamar Ismael, que quiere decir  ‘Dios oye’ porque Dios había visto su aflicción. Este niño iba a estar en contra de todo el mundo, y todo el mundo iba a estar en contra de él; sería como un asno salvaje. Agar frunció el ceño. Entonces, pensó, su hijo iba a ser muy difícil de criar. Pero lo que más le disgustaba fue que el ángel le había dicho que tenía que volver a su dueña, volver a los golpes y al maltrato, los insultos y el desprecio.  No era justo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, parpadeó fuertemente para evitar que estas cayeran por sus mejillas, pues era demasiada orgullosa para permitirlo. Se levantó lentamente y se puso en pie. Le dolía la cabeza debido al sol ardiente y por los muchos pensamientos que se arremolinaban allí como la arena caliente alrededor de sus pies, se cubrió la cabeza y empezó a caminar.

Después de una larga caminata la esclava llegó al campamento. Respiró profundamente, agachó su cabeza, y entrando la carpa, se presentó a su dueña Saray.

***   ***   ***

Nació Ismael.

El acontecimiento produjo un sabor agridulce para su padre Abram. Cuando tomó su primogénito en sus brazos se sintió intranquilo. Contemplaba la diminuta cara con sus rasgos egipcios y se preguntaba ¿Este es? ¿Sería este niño mi heredero? Él sintió que  había apresurado las cosas en su afán por ver cumplida la promesa de Dios, la promesa de tener un heredero y una descendencia numerosa.

Abram besó la frente de su bebé, pues a pesar de las dudas que echaron a perder la  felicidad de su nacimiento, era su hijo y lo amaba intensamente.

*** *** ***

─ ¡Fuera! ¡Fuera! Quítate de aquí. Sal de la carpa.─   Saray empujó el pequeño hacia la apertura de la tienda. ─No me molestes. ¡Fuera de aquí!

─Yo ya te dije que no te levantes─ gritó Agar mientras quitó a la criatura de en medio, a empujones. ─ Ve y acuéstate en el rincón.

Totalmente frustrado, el niño Ismael se tiró al suelo y empezó a llorar a gritos; sus protestas se fundieron con las voces de las mujeres airadas mientras estas se insultaban.

 La portezuela de la carpa se levantó y entró Abram.  Cesó la discusión al instante. Las dos mujeres  inclinaban sus cabezas y bajaban sus voces. El anciano se agachó y levantó a su pequeño hijo que todavía gritaba y pataleaba.

Desde la seguridad de los brazos de su padre, Ismael miró a la anciana y luego a la mujer morena. Frunció el ceño. Luego  recostó la cabecita en el hombro de su padre, metió dos deditos en su boca y cerró sus ojos a su entorno hostil.  En medio de toda la confusión había  una cosa clara en su mente infantil: por alguna razón él era el culpable del conflicto.

***   ***   ***

Recostado en la arena Ismael miró fijamente al cielo oscuro. Una vez más  esa tarde había escuchado a su papá contar a sus amigos ‘lo de las estrellas’, y ese cuento a él no le agradaba ni poquito, aunque si alguien le habría preguntado por qué, no hubiera sabido la respuesta.      Lo  había escuchado tantas veces que lo sabía de memoria.  Y cada vez que lo escuchaba  sentía que una flecha punzaba en su corazón.

Cruzó los brazos debajo de su cabeza e imitando la voz de su padre recitó: “Como les parece amigos, el Señor me llevó afuera y me dijo ‘Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes’. Y luego Dios me dijo así de numerosa será mi descendencia.”

A  medida que se oscurecía más, el niño percibía las punticas de luz, las estrellas, y cada una representaba la descendencia de su padre. A él le envolvía una nube de soledad y tristeza. Algo le decía que él no estaba en ese cuento. Estiró sus bracitos y lanzó flechas imaginarias a cada estrella en un pobre intento de apagarlas.

Continuará 

 


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