Una alegoría
─Esto es para usted. Hará el trabajo por usted.
El jardinero paisajista observa mientras la visita saca de su bolsillo un paquete pequeño. Hace una miradita a la letra pequeña y escucha mientras el hombre se lanza de lleno a explicarle los beneficios del contenido. Escucha durante un largo tiempo y cree todo.
Por fin la visita le entrega el paquete junto con un pequeño aparato y se marcha tan misteriosamente como ha llegado.
El jardinero se rasca la cabeza, e intenta recordar toda la información que acababa de escuchar. Según la persona que le ha regalado, esta sustancia tiene un poder extraordinario y transformador. Hará el trabajo por él. No tiene que hacer nada sino depender totalmente de su poder.
No puede ser, piensa él. Es demasiado bueno para ser verdad. Cuidadosamente coloca el paquete junto con el detonador en una repisa donde suele guardar sus herramientas de trabajo. Algún día hará el experimento.
El hombre encoge sus hombros y vuele a su laboriosa tarea de mejorar y embellecer el paisaje. Rocas gigantescas se encuentran en la colina y hacen el trabajo casi imposible. Anhela tener la fuerza para romperlas.
De vez en cuando piensa en la sustancia aquella y su poder transformador, que hará el trabajo por él. Esa es la parte que lo tiene pensativo. Por alguna razón se siente más satisfecho cuando le corren gotas de sudor por su frente. Hay algo gratificante en la manera que le duele los músculos después de jalar los enormes troncos desde el bosque hasta el sitio de trabajo.
La sustancia y el detonador, ya cubiertos de polvo y telarañas esperan encima de la repisa.
El hombre diligente trabaja largas horas pero el paisaje está lejos de verse atractivo. ¿Será algún día una realidad, un monumento a la perseverancia de un trabajador esforzado? De vez en cuando se detiene y mira a su alrededor a las gigantescas rocas en la colina. Frunce el seño.
Los meses pasan lentamente, testigos silenciosos del jardinero exhausto mientras este hace maniobras para colocar los troncos pesados para formar barrancos. ¡Ay!, pero como se molesta por los rocas horrorosas en la colina.
Un día se detiene y toma en su mano el detonador. Lo mira con interés y sus ojos cansados se iluminan. Decide creer en la capacidad del aparato. Pondrá su confianza en esa insignificante sustancia. Extiende su mano y toma el paquete del polvo. Sí, decide dejar que ésta haga el trabajo por él.
Pensativo se acerca a las rocas. Se acuerda del nombre de la sustancia: Dinamita. También se acuerda de las instrucciones. Para que la operación fuera un éxito, él tenía que creer y obedecer.
El jardinero cree, aunque sus manos tiemblan mientras prende la mecha. ¿Por qué le cuesta tanto renunciar a sus esfuerzos y confiar en esa sustancia insignificante?
Con la respiración entrecortada, corre a refugiarse. La explosión es ensordecedora.
Minutos después se asoma por su escondite. Parpadea involuntariamente mientras mira con asombro. ¿Dónde están las gigantescas y resistentes rocas? Se para y sus piernas tiemblan mientras camina con cautela hacia las rocas partidas.
Sencillamente, poderosamente, la insignificante sustancia ha hecho el trabajo por él.
*** *** ***
Yo he estado pensando mucho en la dinamita.
La palabra ‘dinamita’ viene de la palabra griega “dunamis” y significa ‘poder’. Encuentro que se usa esta palabra muchísimas veces en el Nuevo Testamento y que se refiere al poder milagroso de Dios y que cambia vidas. Pablo en su carta a los Efesios nos comparte una información sorprendente. Este poder es para nosotros los que creemos.
“Cuan grande y sin limites es Su poder, el cual actúa en nosotros los creyentes. Este poder es el mismo que Dios mostró con tanta fuerza y potencia cuando resucitó a Cristo.” 1
Me doy cuenta que ¡es la Dinamita de la resurrección que está en mí!
No tengo la menor duda que esta Dinamita está en mí, que soy portador de Dinamita. Pero si está allí, ¿por qué no veo su efecto en mi vida? Me pregunto: ¿Esta sofocada? ¿Esta húmeda? Pues, tengo que reconocer que hay mucha madera mojada y cantidades de heno y hojarasca apilonados encima de la Dinamita. Como el jardinero paisajista, me siento más satisfecho cuando me esfuerzo o cuando me colapso exhausto después de un empeño sobrehumano. Encuentro placer en el hacer; mis obras sofocan y humedecen la Dinamita.
Para que la Dinamita en mí, manifieste su poder, tengo que usar el detonador: la Fe. Tengo que creer que el poder está en mí y que hará el trabajo por mí.
La próxima vez que me monte en un ascensor, o me haga fila en un banco o me vaya de compras en un centro comercial, susurré esta frase a mi mismo: Soy portador de Dinamita. Si lo hago suficientes veces, tal vez lo empezaré a creer y permitir que Cristo viva Su vida de la resurrección en mí.2
1 Efesios 1:19,20 Dios Habla Hoy; 2 Gálatas 2:20